martes, 23 de agosto de 2011

Las visiones del Quetzal I



Y el quetzal se ancló a mi mano, y con su canto, me susurró visiones de espíritus. Me dijo como el río sufría y cómo el viento se desgarraba. Me comento la mirada de los niños que morían en agonía por la hambruna. Me mostró la furia de la tierra, y el llanto de la lluvia en las tormentas de la playa.

Y encantó el ave verde-azul, con su mirada mis pensamientos. Contemplé el ocaso en el horizonte, escaso de poder, cansado de iluminar nuestros días. Vi sin duda su cara, marchita por los años, pero rica en experiencia y sabiduría, resignada a su destino, encomendada a sus deidades.

Luego, con su voz, grito a mi mente, entre otras imágenes, los pasos que habría de seguir:

-Son cinco los pasos que hay que dar antes de numerar el vacío. El valor es el primero de ellos. Cuando se nace en seco, desde la muerte, no se menciona que los actos se volverán un capricho de vida. Cuando se crece, ese capricho se vuelve manía, que acontece de manera desmedida y efímera, como la primavera y sus brotes, como el invierno y sus muertes. Es en el madurar, que los caprichos se vuelven acciones y deseos, retumbo que como en tormentas enloquecen y se tornan insaciables, como las olas, como las brisas en los llanos más amplios, como los truenos. Después, después la vida dice qué hacer con tantas cosas, y se muestra que en el mundo se carece de castigo y justicia. Se enrarecen las almas, se corrompen los deseos, se fulminan los futuros vanos y testarudos, idealizados y carmesí.

El segundo paso es el fuego de sacrificio, que quema al valiente para volverlo aire y cenizas. De su alma que se fundió con la naturaleza, nacen los astros y las chispas, nace el alma de la tierra y la voluntad de olvido. Como el valiente se ha dado al dolor de ser quemado, solo el podrá saber el mayor dolor en vida propia para consigo. Después de eso, no conocerá menor dolor y la templanza de su ser se comparará con el deseo de no ser más que un trozo de tierra en el desierto. Las plantas y los animales, los bichos y el grano de arena más insignificante cobrarán por si mismos un valor indescriptible. Para el valiente sacrificado, el valor de todo lo que no es él será incalculable.

El tercer paso es la redención. Redimir el alma de la prisión corpórea, integrarse con el valor que el valiente ha encontrado a su paso. Su vida entera es vislumbrada ante sus ojos mientras es quemado en sacrificio.Acontece entonces la liberación de quien en su paso por la tierra de los vivos fue aprisionado por las pasiones efímeras y concretas, caprichos, estímulos e impulsos sosegados por la imprudencia del instante, ese acontecer ipso facto que los vivos tienen en los que suele fundamentarse su acto. A quienes lleguen a este paso, se les permitirá ver con desdén y ternura los momentos más incautos de su vida, y en esos reflejos y espejismos, encontrarán con humildad los grandes errores de su apego a los objetos.