domingo, 6 de octubre de 2013

De los errores y la ingenuidad



Fueron el eco de las olas, gritos en los que el agua se mueren de a poco, gemidos de dolor, de pasión, de fuerza para quienes no olividan. Son brisas de ardor y de sueños, suspiros ajenos, prostitutas sin cliente y con hambre en las noches de invierno.

Los títeres de esta historia lucen deshilachados y usados, sus ropas manchadas y hediondas. Las piernas que miran cruzadas la escena son las de una mujer con vestido rojo, escotado y apretado, medias entalladas, escrúpulos ligeros y vanos... Efímera y hetera.

Serán canciones y poemas escondidos, virtuales ante quien quiera que trate de encontrarles, letras esotéricas e ignoradas, pasos que hieren con peste, manos que acarician el cuello de un muerto, uñas largas, rímel corrido, sufrimiento en vano...

Los muertos no hablan ni resan- Tampoco desean ni cumplen. No cantan más que el silencio, no dicen la verdad ni buscan consuelo.

Los poemas y las canciones berrean, y en su melodrama entorpecen al corazón, embriagan y lloran sin rumbo, son de drama y risa, de demencia y sinceridad cuándo se hartan de tanto adorno, de tanta droga...

Y las funestas horas pasan como granos de arena. Cayendo en montañas sin dueño, atravezando un viento sin rumbo, musitando metáforas sin sentido. Como el hombre que vuela y el águila mustia: adormecidos por el veneno de sus deciciones, y que se encuentran en una mirada distante, lamentando, escupiendo hacia el cielo esperando ingenuamente no escupurse, no mancharse de sus propios actos y deciciones, anhelando que la inminente gravedad no haga su trabajo, el hombre cayendo, el ave volando...